Tres circunstancias
Por María Karla Águila Díaz
PRIMER MOVIMIENTO
Yo escondía los puntos rojos de mis manos.
Pensando, quizás, que nadie hablaría
de nuestro silencio, nadie como tú
para escarbar el silencio de los relojes.
Estaba hablando palabras delgadas como el humo,
vivía perfilando mi raquítica lengua con desaire,
escondiendo los puntos rojos de mi cerebro.
Regresaba a ti, por la triste sombra de la incertidumbre.
Colgaba determinados vocablos en tu pelo,
pero siempre te vi cerrar los ojos cuando gemían
o buscaban refugio en los dedos de tus pies,
o en los remos trozados de tu cama hospitalaria.
Porque siempre hubo más silencio
y también, porque veces imploraste
por la única palabra que no podía servirse
salobre en nuestra mesa.
SEGUNDO MOVIMIENTO (Oceánico)
En lo más hondo de tus ojos azules
ha estado mendigando la sal.
Tus ojos que son como noches abriendo puertas
a la soledad humana que no tiene límites,
aunque esté el viento, ese rancio y austero viento,
única estación de la isla.
Solo pedí tus ojos para iniciarme, lo más hondo de tus ojos,
el parpadeo de sus cristales.
Solo pedí el invierno para asesinar a los niños.
Yo quería el invierno y también asesinar a los padres,
asesinar a los últimos sobrevivientes,
que durmieran en paz, sin ser observados por un fotógrafo.
Solo pedía olvidarlos a todos, que los mataran a todos
bajo las hojas del árbol incompatible de tus ojos,
porque estaba casi segura de que la progresión
de la sangre florecida, dentro de tus ojos azules,
produciría aquí toda la luz.
TERCER Y ÚLTIMO MOVIMIENTO (Nieve)
No pienso dejar crecer mis cabellos hacia el mundo,
podría ser un puente, un lugar donde no quisiera besarte
cualquier tarde de enero.
Preferiría podarlo, como si resistiera alguna crisis nerviosa,
como si una estrella me nombrara rascacielos
para hacer notar sus expansivos abismos.
Cuando quiebre mi puente de hebras,
no tendré este ridículo velo de mariposas,
ni aves exóticas para el sueño,
ni plazas donde coleccionar frutos
o aromas artificiales para invernar.
Tampoco arreglaré mi cráneo para cuando llegues.
Te esperaré, como una niña enferma,
algo así, pero más hermoso.