Lenguas e identidades políticas. Una mirada sobre el árabe, el turco y el azerí

Publicado el: junio 9, 2023

Por Laura Mejía Rocha

Varios de los debates más polémicos están actualmente relacionados con la identidad, con la pertenencia y la integración a la comunidad. A pesar de ser un concepto utilizado de forma indiscriminada a través de numerosos medios, la definición de identidad sigue siendo ampliamente cuestionada. Debido a que su noción muchas veces se determina a partir de experiencias subjetivas, y que su propósito sirve a cuestiones políticas, sociales, psicológicas, entre otras, la tarea de comprender esta idea resulta cada vez más compleja y más crucial. En consecuencia, este ensayo va a hacer referencia particularmente al uso que se le da a esta palabra dentro de discursos políticos unitarios, sobre todo de índole estatal, cuyos efectos son reales y significativos. Hoy en día resulta imposible no percatarse de la importancia que tiene el poder del concepto de identidad para crear, unir o disipar sociedades; los casos de Israel y Palestina, la comunidad kurda, o las comunidades indígenas en países latinoamericanos son todos ejemplos de la importancia de la noción. Así, resulta pertinente preguntarse sobre el rol de la identidad y los factores que la conforman. Este ensayo tendrá especialmente como propósito investigar uno de los elementos que tiende a resaltar como elemento fundamental: el idioma. 

Son variados los ejemplos que demuestran el poder tan especial que tiene el idioma para crear una comunidad, para unirla, y para distinguirla de otras funciones que son propias de la identidad. De esta manera, el idioma forma parte de aquellos factores que configuran la identidad de un individuo o de una sociedad; y, sin embargo, entre idioma e identidad no existe una relación tan simple. Desde aquí, es imperativo comenzar a ahondar en la ambigüedad que implica el concepto de identidad, para así poder profundizar en algunas de las influencias que tiene la lengua, o idioma, sobre la identidad. Por lo tanto, para efectos de comprensión, la identidad de la que se hablará en este ensayo será la identidad política, aquella que hace referencia a la comunidad y a la nación. En este sentido, se puede entender que la relación entre lengua e identidad es bidireccional en tanto la una puede llevar a la creación, o al refuerzo, de la otra. La problemática de este ensayo será entonces aquella de la comprensión de la influencia de las lenguas sobre la identidad política, y viceversa. Más específicamente, este ensayo buscará navegar a través de las maneras en que se conceptualizan o piensan las lenguas de acuerdo a sus efectos en la formación de la identidad política. En otras palabras, se mostrará cómo la concepción de la lengua, sus denominaciones y sus modificaciones, corresponden muchas veces a un propósito político, aquel de crear una identidad política, en vez de ser un producto lingüístico, natural y orgánico. Así, se especificará cuál es la importancia que tiene la lengua al hablar de identidad política. Para esto se realizará una comparación de algunos estudios de caso contemporáneos en la región asiática y africana. 

Este ensayo comienza ahondando en la definición de identidad y sus múltiples dimensiones para comprender qué se entiende por identidad política, dando énfasis a la ciudadanía y a la identidad estatal. En seguida, se hace un análisis sobre las distinciones de naturaleza lingüística entre lengua y dialecto, y el estatus que tiene cada una en el espectro lingüístico. Finalmente, se hace hincapié en dos estudios de caso modernos, en los cuales se busca comprobar la naturaleza política de la denominación y de la modificación de las lenguas. Estos serán, en primer lugar, el caso del idioma árabe en la región del Medio Oriente; y, en segundo lugar, el idioma turco y el azerí.

Sobre la percepción de la identidad

La identidad es una palabra muy grande. Esta engloba un sinfín de definiciones y, aunque muchas veces sean contradictorias, es fácil escucharla en una gran cantidad de discursos políticos, sociales y culturales. Pareciera ser que hay un acuerdo tácito que hace que las personas tengan una concepción general sobre aquello que implica la identidad, lo cual reposa sobre todo en un sentido de pertenencia y de inmersión. Sin embargo, autores como Rogers Brubaker (66) han demostrado que la problemática de no tener una definición clara sobre la identidad puede conllevar a varios malentendidos que tienen consecuencias significativas. En tanto el concepto de identidad puede ser utilizado con el propósito de agrupar a ciertas personas, también puede dividir comunidades y ser aquello que les permita a los individuos sentirse más o menos identificados con los demás. Así, a partir de la concepción que se tenga de la identidad, resulta posible definir límites a veces muy estrictos sobre el sentido de pertenencia a una comunidad. 

Este mismo autor defiende que la identidad cubre bastantes dimensiones. En primer lugar, se encuentra el sentido estático y el sentido móvil, es decir que cuando se hace referencia a la identidad, se hace alusión a características que son inalterables, tales como la nacionalidad, la etnia, el color de la piel o la lengua materna; pero también se hace referencia a elementos que se pueden transformar y que hacen parte de un espectro, por ejemplo, la sexualidad, los gustos, el trabajo, etc. Hay que hacer la aclaración, con respecto a los aspectos de la personalidad, de que algunos de ellos se consideran a veces esenciales o estáticos (tipo de carácter), o transitorios (los pasatiempos) (Brubaker 71). Por otro lado, la identidad tiene una dimensión tanto individual como colectiva; es decir que la identidad colectiva puede ser definida por el mismo individuo, al mismo tiempo que la comunidad es capaz de definir la identidad del individuo. Este es el poder y la ambivalencia a la que se hace mención, pues no necesariamente aquello que sostiene el individuo sobre su identidad es sostenido por la comunidad; e igualmente, cuando se alude a esta, es difícil denotar si se habla sobre la parte estática o la parte móvil de ésta. 

En el discurso político frecuentemente se encuentra la asignación estática de la identidad como la única en la que se hace hincapié, usualmente centrada en la nacionalidad o en la etnia. Esta última es una de las herramientas de unión, y de exclusión, más utilizadas (Sichra 2). A lo largo de la historia se han dado ejemplos que muestran el rol que la identidad y la identificación étnica desempeñan en las guerras, siendo la segunda guerra mundial uno de los más claros ejemplos de lo anterior.

Ahora bien, al igual que otros autores, Bayart (50) hace mención particularmente a la identidad política, exponiendo que esta sería una ilusión en tanto es una construcción histórica. Se da énfasis así a la idea de que la identidad no es neutra y de que es susceptible de transformarse. Asimismo, él explica que, para poder consolidar una nación, es siempre necesario pasar por esta etapa de construcción identitaria, que se basa justamente en factores muchas veces intangibles e ilusorios, lo que lo vuelve un proceso bastante subjetivo.  Así, es posible sostener que la identidad no es una sola, sino que está compuesta de varios elementos, que pueden ser a la vez estáticos y móviles, que puede llegar a transformarse y a reforzarse, o a extinguirse. 

El idioma como parte de la identidad

Uno de los elementos más importantes de la identidad es la lengua. Esta es un símbolo de unión entre aquellos que la comparten; y, por ende, también de exclusión. La lengua, como parte fundamental de la expresión de la cultura, permite que determinados individuos se expresen dentro de un contexto similar y que se sientan más cercanos entre sí.. Así pues, el idioma, y sobre todo el idioma materno, tiene bastantes implicaciones tanto para aquellos que lo hablan como para aquellos que no lo hacen. Es por esto que la lengua ha sido parte fundamental de la clasificación de un pueblo, y de su cercanía, especialmente al crear una nación. 

Sin embargo, debido a la diversidad de los idiomas, que están en perpetua construcción y modificación según el contexto histórico y social, es posible encontrar numerosas variaciones en cada uno, que corresponden a su naturaleza cambiante. Un idioma no es estático, ni es inmutable, y lo cierto es que aún en comunidades próximas entre sí, un mismo idioma puede ser capaz de independizarse y encontrar formas más o menos autónomas de expresarse.  Un idioma no puede ser neutro (Rodríguez-Iglesias 1), por más que existan cada vez más reglas que busquen preservar una unidad. Esto engloba a lo que los lingüistas llaman acentos y dialectos.

Aquello que distingue un acento de un dialecto es aún materia de debates, y la respuesta puede inclusive ser diferente de acuerdo a los hablantes nativos y a los lingüistas. El acento podría ser definido como un “conjunto de particularidades fonéticas, rítmicas y melódicas que caracterizan el habla de un país, región, ciudad, etc.” (RAE/ASALE “acento”). En cuanto al dialecto, este sería una variedad de una lengua que no alcanza a llegar la categoría social de idioma como tal y cuyas diferencias residen en la pronunciación, la gramática, sintaxis o vocabulario (RAE/ASALE “dialecto”). Esto quiere decir que la principal característica para determinar si un individuo está hablando un dialecto de un idioma, reside en el grado de inteligibilidad entre todos los hablantes de esa misma lengua, una medida de por sí bastante subjetiva e imprecisa que depende de factores culturales, sociales, geográficos, entre otros. Por lo tanto, el dialecto es aquella clasificación que permite distinguir una parte de un idioma que es lo suficientemente diferente para que haya problemas de inteligibilidad, aunque puedan ser superados en poco tiempo. Sin embargo, la definición de una lengua no es exacta, y el espectro en el que se presenta la distinción entre acento y dialecto es bastante amplio. Así, estos sistemas lingüísticos permiten identificar el origen geográfico y social del hablante. Aún más, el dialecto está condicionado a los contactos lingüísticos que históricamente ha tenido con otras lenguas y a su nivel de aislamiento. De esta forma, el idioma está atado a la historia de un pueblo (Sichra 3) y, a la vez, es una forma de mostrar cómo se han desarrollado las diferentes comunidades. 

No obstante, aunque esta guía sea un comienzo para empezar a comprender las dimensiones del idioma, no pretende ser en absoluto aquello que determine los parámetros de qué es una lengua y un dialecto. A pesar de que esta distinción no parezca tener un efecto más allá del lingüístico y el académico, es en realidad utilizada como una herramienta muy poderosa para reforzar y transformar identidades (Calvet 16). Así, bastantes pueblos han puesto especial énfasis en esta lógica con un motivo político muy claro. 

La unión lingüística hace la fuerza: el caso del árabe como idioma único

Uno de los casos más conocidos en el cual el idioma fue usado como un factor principal en la construcción y unión de una comunidad es el del panarabismo. El árabe, una lengua semítica que es hablada por al menos 280 millones de personas como lengua nativa, es el idioma oficial en al menos 20 países (Doochin 1), todos estos en regiones de África y de Asia. Ahora bien, esta también tiene la particularidad de ser dividida de acuerdo al contexto histórico: el árabe preclásico, el clásico y el post-clásico, o moderno. El clásico ha sido utilizado para redactar el Corán, parte fundamental de la cultura del Medio Oriente, en la que el islam es la religión predominante. Así, es posible decir que esta lengua ha sido protagonista de varias transformaciones a lo largo de la historia, sobre todo teniendo en cuenta su expansión continental. Debido a que, desde antes del siglo VII hasta el día de hoy (Versteegh 10), esta lengua se ha expandido desde Omán hasta Marruecos, es claro que las características geográficas han jugado un factor explicativo del desarrollo de la lengua hasta la actualidad. Por lo tanto, hoy en día es posible hablar de una gran diversidad lingüística dentro de este idioma gracias a todos estos factores, sumados a las influencias de idiomas como el turco, bajo la conquista del imperio otomano hasta el siglo pasado, e idiomas como el francés en Argelia y el Líbano, el español en Marruecos, o el kurdo y el persa en el árabe del golfo (Versteegh 313). Hasta ahora se ha hecho la distinción de dos variantes de árabe, la occidental y la oriental, de la cual se desprenden al menos nueve dialectos de acuerdo a la región geográfica. A estos se les llama árabe dialectal, el cual es únicamente utilizado en su región de procedencia. Sin embargo, existe una clase de árabe llamado Árabe Estándar Moderno, AEM, que es utilizado principalmente como lengua franca entre todas las regiones de árabe, y es el que se enseña como segunda lengua a los no arabófonos. Éste es particularmente puesto en uso debido a que existen diferencias significativas entre los dialectos, sobre todo entre aquellos que pertenecen a diferentes variantes, tanto en materia de gramática, léxico y pronunciación. Por consiguiente, existe una dificultad a nivel de inteligibilidad entre aquellos que tienen al árabe como lengua materna y que provienen de diferentes regiones. Así, el AEM permite que sea más fácil la comprensión del idioma para todos los hablantes, aunque éste únicamente sea utilizado por los árabes alfabetizados. 

A pesar de que dentro de una misma lengua haya variaciones lo suficientemente considerables como para juzgarla como una sola lengua, que permita la comunicación fluida entre todos sus nativos, el árabe sigue teniendo un estatus de idioma, y sus variaciones, de dialecto. Además de la dificultad que se encuentra para poder precisar a partir de qué momento un dialecto se convierte en un idioma, el contexto histórico y político de la región puede dar grandes pistas sobre por qué el árabe sigue manteniendo una posición tan unificada. 

En primer lugar, es necesario comenzar con el reconocimiento de que el lugar donde se encuentran los arabófonos ha sido una zona particularmente llena de conquistas y colonización debido a su posición estratégica. Tan sólo durante el anterior siglo se presentaron eventos cruciales para la construcción de los Estados que se conocen hoy en día, los cuales también ayudaron a modificar el idioma de cada uno. Después de la caída del imperio otomano a principios del siglo 20 (Hanioğlu 4), el cual alcanzó a regir una gran parte de varios países árabes, el actual Egipto, Irak, Túnez, Argelia, entre otros, e inclusive zonas geográficas de alta importancia para el islam (la Meca hasta el año 1916), comenzó la colonización británica y francesa en la región. No obstante, durante los últimos años del imperio otomano, los imperios británico y francés ya habían comenzado a tener una influencia muy importante en varias regiones de África del norte y en el golfo, lo cual logró debilitar de manera significativa al imperio otomano. Así, varios de los modernos Estados lograron la independencia del imperio antes de su caída, para pasar a ser parte del imperio británico o francés. Este es el caso de Egipto que comenzó a ser regido por los británicos oficialmente desde el estallido de la primera guerra mundial, y luego pasó a ser un reino en 1922, aún bajo una gran influencia británica, para consolidarse finalmente como una república en 1953 (Jankowski 24). Por otro lado, en Siria, el mandato otomano alcanzó su fin en 1920, para luego ser reemplazado por un mandato parcial francés hasta el año 1946, en el cual se consolidó la república de Siria. Estos ejemplos son también aplicables para otros Estados como Jordania, el Líbano, Argelia, Yemen, etc. A partir de esto, es posible llegar a dos conclusiones relevantes para este ensayo: en primer lugar, el árabe hablado en todas estas zonas estuvo considerablemente afectado por la influencia del francés, el inglés y el turco; y, en segundo lugar, la identidad política dentro de estas zonas se vio altamente transformada a lo largo del siglo anterior. 

Ahora bien, es de esta forma que, una vez que la mayoría de países se recuperaban de una larga historia de colonización y de conquistas, nace una doctrina llamada panarabismo. Esta es una ideología política que apoya el fortalecimiento del nacionalismo árabe, y su creencia de unir políticamente a todo pueblo que hablase árabe; desde África, hasta Asia. Este pensamiento fue impulsado por el egipcio Gamal Abdel Nasser, que logró que esta idea se asentase en una gran parte de los países del Magreb y Oriente Próximo (Jankowski 6). Este sentimiento árabe, que cobró una gran importancia, se basaba fundamentalmente en el compartir la misma lengua. 

Después de un periodo histórico intenso en el cual los países árabes se encontraban bajo otros mandatos, el panarabismo ofrecía una nueva mirada de unión y de fortaleza para poder reparar todo lo sucedido hasta las independencias. Así, el propósito era ofrecer una comunión entre los pueblos, una identidad política, que los volviera mucho más fuertes al identificarse con la lengua árabe (Suleiman 19). De esta forma, la idea del panarabismo, que se asentó mucho después de lo que fue la traición del mundo occidental para el mundo árabe con la creación del Estado de Israel en 1948, buscaba consolidar el poder árabe para poder hacer un mayor contrapeso contra este tipo de situaciones. 

A pesar de haber distinciones claras y a veces significativas entre las variantes del idioma árabe, cuyo nivel de inteligibilidad a veces no es muy grande, el hecho de tener un mismo idioma era lo que permitía el sostenimiento de esta ideología. Entonces, ya no se hacía énfasis en las diferencias entre cada variante, ni mucho menos entre cada dialecto, sino que el propósito era realzar que esta era una sola lengua, y que esa era la máxima expresión de la unión árabe. La discusión sobre si estos dialectos podrían ser idiomas en sí mismos sería inclusive una amenaza para la expansión de este pensamiento y, en consecuencia, sería un obstáculo para la creación de una misma identidad política. De esta manera, es una razón de naturaleza política la que hace que los dialectos y el AEM aparezcan como próximos.

Ahora bien, aún si la teoría del panarabismo tuvo su derrota en la guerra de los 6 días (Mcnamara 1) contra Israel, hoy en día es posible observar varias teorías que siguen su legado. Entre estas se encuentran el ba’athism (Britannica Academic “Baʿath Party”) la cual se encuentra activa en Siria y antes en Irak, y cuyos principios son muy parecidos al panarabismo. A partir de esto es posible afirmar que, con el fin de crear una identidad cultural, se utiliza a la lengua como un instrumento político para unir a todo el pueblo; que la identidad política ya anclada en el imaginario de la región es uno de los efectos más importantes que impiden considerar los dialectos del árabe, únicamente como eso : un dialecto; que, más allá de las diferencias lingüísticas que se puedan encontrar, la discusión está considerablemente influenciada por la importancia política que otorga la lengua árabe. 

El caso de Azerbaiyán y la creación de su propia identidad a partir del azerí

Tal y como se expuso en el caso anterior, la clasificación de idioma y dialecto tiene una importancia política importante, a pesar de que ninguna tiene una superioridad lingüística. En ocasiones se rechaza el separar un idioma justo para reforzar una identidad política, para unir una comunidad que quizás separada sería menos fuerte. Sin embargo, también es posible encontrar el caso contrario, cuando dos variantes de un idioma se convierten en dos idiomas diferentes para fortalecer una nación. Así, esta sería una de las explicaciones de por qué se dejó de hablar turco en Azerbaiyán, y se comenzó a hablar azerí. Esta última es una lengua túrquica, influida por varios idiomas como el árabe, el persa y el ruso, que se escribe actualmente en diferentes tipos de alfabeto. Entre estos están el alfabeto árabe, el cirílico y el latino (Bayatly  1), siendo este último el más utilizado y cuyo uso comenzó de igual forma que para el turco. En 1929 comenzaron estos cambios con la caída del imperio otomano, así como la propuesta de Kemal Atatürk de transformar el idioma turco por razones diversas. Esto tiene sentido si se considera que el idioma oficial de Azerbaiyán era el turco, propuesta que se oficializó en 1928 (Goyushov 1). Tanto Turquía como Azerbaiyán han mantenido relaciones diplomáticas muy cercanas y cordiales a través de la historia, y el hecho de compartir un mismo idioma los unía más. Hay que tomar en cuenta también que en esta época el turco tenía una mayor influencia del persa y el árabe, antes de la revolución turca que impuso cambios en el idioma para erradicar estas contribuciones (Aydingün y Aydingün 420). Así, el turco y el azerí compartían aún muchas más características en común, y sus grados de inteligibilidad eran bastante altos.

Ahora bien, a partir de 1920, Azerbaiyán pasó a ser parte de la Unión Soviética, y con el fin de cultivar una identidad política que estuviese acorde a la de los soviéticos, se buscó hacer cambios para que el turco dejase de ser su idioma oficial. La cuestión del idioma fue vital para llegar a tener dominio total de la zona; y así, con el propósito de que el cambio fuera gradual, se impuso el ruso y el turco como idiomas oficiales en el país. Sin embargo, en 1937 el cambio fue absoluto, y en vez de proponer el ruso como idioma oficial, se denominó el azerí como su lengua local (Goyushov 1). De esta forma, estos cambios reflejan los resultados de una estrategia política, más allá de una cuestión lingüística. A su vez, con el fin de reafirmar estas diferencias, que harían de Azerbaiyán una nación distinta frente a Turquía, el mismo idioma fue objeto de cambios lingüísticos que reforzarían las diferencias entre los dos idiomas. Una vez que la ocupación soviética finalizó, y la república de Azerbaiyán fue creada, se apoyó la moción de continuar utilizando la misma técnica de los soviéticos con el fin de impulsar la identidad política azerbaiyana. Ahora bien, a pesar de que aún hoy en día exista una gran inteligibilidad mutua entre los dos idiomas, aunque menor que a principios del siglo XX, se sigue considerando a estos idiomas como lenguas autónomas. Incluso si muchos todavía lo consideran un dialecto, lo cual es el caso para una gran mayoría de hablantes de azerí en Irán (Goyushov 1), se considera todavía de gran importancia política mantener estos dos idiomas separados, al menos nominalmente.

Conclusión

A partir de los ejemplos expuestos, es posible ver que en el campo de las lenguas es importante tomar en consideración aspectos que no son de naturaleza lingüística o académica. Así, en estos apartados se muestra cómo la creación o el fortalecimiento de una comunidad y, por ende, de una única identidad política, tiene repercusiones claras en las clasificaciones de las lenguas. En el caso del idioma árabe, sería casi imposible pensar hoy en día en una separación de sus dialectos como idiomas propios, pues eso constituiría una amenaza a la identidad árabe. En lo que concierne al turco y el azerí, por el contrario, se encuentra que estos idiomas fueron considerados como uno solo a principios del anterior siglo, pero que luego fueron separados justamente con fines políticos. Tanto para poder disminuir la influencia de Turquía en Azerbaiyán y aumentar la soviética, como para independizarse de cualquier fuerza extranjera, el idioma azerí comenzó a existir debido a una disputa de identidad política, y no debido a su notorio distanciamiento del turco. Así, el idioma adquiere una dimensión realmente significativa en cuanto a la definición de la identidad y, por ende, también en cuanto a la construcción de una comunidad, un Estado o una nación. Finalmente, es importante señalar la ironía que representa utilizar la lengua como una muestra de la identidad política, que busca ser permanente y estacionaria, ya que las lenguas en sí mismas son representantes de mutabilidad, de transformación y enriquecimiento, y están en constante interacción con otras lenguas. De esta forma, es necesario percatarse de que esta forma de utilizar la lengua no ha sido la única para apoyar proyectos de ideología política y que, en muchas formas, ha jugado un rol crucial para ayudar a moldear las cosmovisiones de varias comunidades en cuanto a su propia identidad política, y en cuanto a con quiénes se sienten cercanos y a quiénes consideran diferentes. Por lo tanto, falta indagar mucho más sobre el poder que tienen las lenguas y sus clasificaciones en materia política, por ejemplo, al imponer lenguas oficiales diferentes o al decidir en qué lenguas se va a impartir la educación de una nación.

Referencias

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