“No soy un aculturado”: Vigencia del discurso de Arguedas más de medio siglo después

Publicado el: mayo 9, 2025
Por Rafael Rivera-Mundaca


Resumen:

Revaloración y vigencia del discurso de José María Arguedas a la recepción del premio Inca Garcilaso de la Vega en octubre de 1968.

“Aculturación:
f. Recepción y asimilación de elementos culturales de un grupo humano por parte de otro.”

Diccionario de la lengua española,
Real academia española, 22ed. 2001


Para los entendidos de la época, el discurso que diera José María Arguedas el martes 15 de octubre de 1968 a la obtención del premio Inca Garcilaso de la Vega, constituyó en buen modo lo que sería su “legado intelectual”. Poco después —por encargo del propio Arguedas— el texto de esta disertación debió constar en el prólogo de su libro El zorro de arriba y el zorro de abajo, muy probablemente como recordatorio póstumo e inequívoco de su línea ideológica. Tras la desaparición del escritor y al conocerse de esta inserción, el influyente periódico peruano “La Prensa,” vocero en ese entonces de la oligarquía nacional, publicaría un escueto y casi anodino apunte sobre el encargo de Arguedas, resumiéndolo como “Un muy emotivo y certero epitafio.” Esta furtiva y fría nota que apareció en el diario evidenciaría el poco interés de “La Prensa” en propalar el poderoso y rebelde mensaje de Arguedas.

Hoy, analizando esta publicación y algunos comentarios de la época, en donde encontramos que “lo más relevante” fue el carácter lúgubre que se le imprimió al tema, veremos que, a pesar de algunos buenos calificativos como “legado intelectual” y “certero epitafio” poco quedó de esa sincera manifestación de entusiasmo que provocó en “los entendidos” la lectura de este revolucionario manifiesto. A pesar de los esfuerzos de unos pocos en difundir el carácter reivindicativo del documento, su espíritu conciliador y la vocación igualitaria que este preconizaba; tuvo que ser el propio autor, quien con inspirada intuición impidió el olvido de su manifiesto al incluirlo en su obra póstuma.

En vida y tal vez asumida la triste resolución de su suicidio, Arguedas se encargó de hacer las diligencias pertinentes para que su discurso no cayera en el abandono, pues él estaba convencido de que el conocimiento y la difusión de sus ideas revertiría positivamente en el bienestar de la sociedad peruana en su conjunto. Por ello, y ya en las postrimerías de su vida, apreciaremos que no fue un mero antojo por parte de Arguedas que ese discurso —preparado con la fuerza de todo su pensamiento— se incluyera en una obra tan emblemática como El zorro de arriba y el zorro de abajo, novela que está rodeada de premoniciones y redactada con sugerentes formas de diario íntimo, en donde el lector, al cabo de una desgarradora lectura, debía estar anímica y psicológicamente preparado para comprender —y sobre todo aceptar— al hermético, pero también simple universo andino.

En su potente discurso Arguedas, al declararse un quechua moderno conocedor de su universo andino ancestral, admite aprovechar bien los vastos medios tecnológicos de su otro universo cultural —el costeño occidental— para enriquecer y ampliar al andino. Este hecho, por simple que parezca, no solo constituye en sí una reivindicación de uno con respecto al otro, sino que además testifica por primera vez en la historia de un Perú escindido en dos, una relación recíproca de colaboración completamente desprovista de abuso y desigualdad. Arguedas es consciente de este logro y por eso lo presenta en las primeras líneas de su disertación

Acepto con regocijo el premio Inca Garcilaso de la Vega, porque siento que representa el reconocimiento a una obra que pretendió difundir y contagiar en el espíritu de los lectores el arte de un individuo quechua moderno que, gracias a la conciencia que tenía del valor de su cultura, pudo ampliarla y enriquecerla con el conocimiento y la asimilación del arte creado por otros pueblos que dispusieron de medios más vastos para expresarse. (Arguedas 25)

Las valientes interpretaciones del discurso de Arguedas apuntaron casi de inmediato a la esencia de este, el cual se resumía en el interés general por conocer y respetar al universo andino, para llegar a la ansiada unidad nacional y la aceptación irrestricta de ese ineludible mestizaje que comparte la gran mayoría de peruanos. Al poco tiempo de la desaparición de Arguedas, en diciembre de 1969, el entrañable amigo de éste, Emilio Adolfo Westphalen, le escribe lo siguiente a manera de homenaje:

Envidiable destino: poseer un doble instrumento de captación de la vida y el universo, expresarse libre y gozosamente en dos idiomas de tan diversas estructuras y posibilidades de uso, aprovechar de todo el rico acervo de dos tradiciones culturales antiquísimas y en muchos aspectos disímiles y contradictorias, pero ambas válidas como sistemas para la comprensión del hombre y la exploración del cosmos. JMA tuvo la fortuna de no tener que repudiar parte alguna del doble legado. Es lo que siempre proclamó y en lo que insistió no hace muchos meses al recibir el Premio ‘Inca Garcilaso de la Vega’. Yo no soy un aculturado – dijo entonces empleando esa (al menos en español, o quizás, sólo para nosotros) horripilante palabreja de la jerga antropológica con la que se quiere calificar al que rechaza y abandona la cultura, las tradiciones, la concepción de la vida del grupo étnico propio para adoptar las de otro… (Westphalen 10)

Para Emilio Westphalen, así como otros que lo estudiaron profundamente o que simplemente leyeron sus obras, el legado del autor, su pensamiento y sus propósitos están condensados en ese discurso. José María Arguedas no fue solamente el escritor que se aventuró a unificar estos dos pueblos separados secularmente, sino que fue en gran medida el arquetipo del héroe, un héroe “cultural” como lo define Antonio Cornejo Polar, con un adjetivo que se desprende justamente desde nuestro discurso en estudio:

Arguedas fue lo suficientemente convincente como para convertirse en algo así como un “héroe cultural” para un vastísimo público que excede largamente al de sus lectores. Como se sabe, Arguedas se definió así mismo como “un individuo quechua moderno” que “como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua.” (Cornejo 191)

Casi al final de su discurso, Arguedas hace un recuento de las veces en que su mitad occidental buscó respuestas dentro de ideologías que estaban fuera de su universo andino, para darse cuenta luego de que, si bien es cierto que ninguna de ellas le arrebató lo mágico, sí le sirvieron para afianzar la fe en su cultura primigenia, es decir, la andina. Siglos de simbiosis, sincretismos y yuxtaposiciones de dioses, creencias y lengua del universo andino le dieron siempre la razón.

En épocas actuales en las que se vive un país fragmentado racial y políticamente a causa de una minoría con poder, el discurso de Arguedas se impone con vigencia y valía. La vieja composición social y étnica del Perú, con sus remanentes de racismo y clasismo, lleva décadas cediendo ante el avasallador avance de una nueva y más igualitaria sociedad. Los integrantes de esta nueva sociedad, en su mayoría descendientes de los antiguos pueblos andinos, desean con todas sus ansias —al igual que Arguedas en su discurso— que este nuevo Perú sea de una vez por todas ese pueblo que incluye a su gente de todas las sangres, sin olvidar que su ancestral cultura le insta desde la eternidad a encontrar los medios para entender las sutilezas de su infinito país.

Referencias:

Arguedas, José María. “No soy un aculturado…”. Obras completas. Tomo V. Editorial Horizonte, 1983

Cornejo Polar, Antonio. “Escribir en el aire: Ensayo sobre la heterogeneidad socio cultural en las literaturas andinas” Latinoamericana Editores, 2003

Premios literarios: “Garcilaso de la Vega” y “César Vallejo”. El Comercio. Lima, 3 de octubre de 1968

Westphalen, Emilio Adolfo. “José María Arguedas (1911-1969)”. Amaru. Revista de artes y ciencias, n. 11, diciembre de 1969

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