El imaginario escatológico como crítica a la modernidad en una novela de Homero Aridjis
Por Michaël-Jean Loiselle
1. Introducción
A finales del siglo XX, la influencia del hombre moderno sobre el equilibrio de la biosfera era tan notable que algunos científicos sugirieron que habíamos entrado en un periodo nuevo de la historia del planeta: el Antropoceno. Dicha nueva era, propuesta por Crutzen y Stoermer, se caracteriza por la transformación del Homo sapiens en una fuerza geológica que tiene una influencia tal sobre su entorno que es susceptible de provocar su propia extinción, sin contar los efectos que tiene sobre todas las esferas de la vida en el globo.
No es un secreto para nadie que la modernidad tuvo un papel importante que jugar en el desarrollo de dicha crisis. Como es sabido, el pensamiento moderno encuentra en René Descartes uno de sus mayores representantes, pues, este desarrolló en el siglo XVII la idea según la cual el ser humano debía hacerse “maîtres et possesseurs de la nature” (98-99). Este planteamiento tuvo un impacto inmenso en el imaginario occidental. En efecto, las ideas del filósofo se enraizaban en la separación de la cultura y de la naturaleza – una separación que, una vez puesta en práctica, afectó de forma evidentemente catastrófica el equilibrio del mundo. Como lo apunta Latour, la concepción de la cultura y de la naturaleza como elementos independientes causó efectivamente una asimetría fundada en el imperio de la primera sobre la segunda.
Las consecuencias de este desfase son cada vez más inquietantes. La multiplicación de catástrofes naturales, las sequías siempre más graves y extensas, el aumento del nivel de las aguas del océano susceptible de inundar las costas de determinados países del mundo, el desequilibrio de las corrientes marinas, la muerte de los corrales, la pérdida tremenda en biodiversidad, la contaminación extrema del aire, entre muchos otros efectos devastadores de la modernidad, cuentan para nosotros dentro de los mejores motivos para buscar alternativas a la organización de la vida colectiva. Abundamos en que la literatura ofrece herramientas interesantes para pensar el mundo, cuestionar el presente y sensibilizarnos a ciertos elementos que constituyen nuestra realidad.
En este trabajo, nos interesará estudiar cómo fue asimilada la ya descrita asimetría cultura/naturaleza en la obra ¿En quién piensas cuando haces el amor? (1995) del escritor y activista ecológico mexicano Homero Aridjis. Sugerimos que la relación desequilibrada entre ambos conceptos es la que provoca la crisis ecológica que recrea el autor en su obra. Aridjis presenta efectivamente la modernidad como principal responsable del surgimiento de la crisis ecológica, y cuestiona por tanto el modelo de desarrollo moderno.
Veremos que, en la ficción que seleccionamos, el destino de los personajes es inseparable de su entorno natural. Para empezar nuestro análisis, abordaremos la manera en que está representado el predominio de la cultura sobre la naturaleza en la novela. A continuación, analizaremos cómo las actividades humanas (la cultura) impactan el entorno natural. Concluiremos con el análisis del imaginario escatológico aridjiano, que presenta un choque constante entre el mundo moderno (neoliberal, capitalista) y no-moderno (azteca). De este encuentro violento surge una reflexión sobre el mundo actual y la crisis del Antropoceno, la cual nos lleva a considerar el escrito de Aridjis como una obra carnavalesca y subversiva.
Para el propósito del trabajo, cabe mencionar que las inquietudes de Aridjis relacionadas con el mundo moderno se articulan en torno a la distopía, a saber, un género literario que se caracteriza justamente por la crítica que hace al pensamiento moderno. Seguiremos al catedrático Miguel López, para quien dicho género se define como “un contrarrelato que a través de la parodia de una sociedad ideal […] ofrece la posibilidad de encontrar alternativas al presente modelo de desarrollo […]” (176). Grosso modo, las distopías son, en el campo literario, ficciones que representan los fracasos de las utopías modernas desarrolladas en los últimos siglos. En el caso que nos interesa, dicho fracaso tiene que ver, sobre todo, con el efecto que tiene la modernidad sobre la ecología.
2. Sobre la asimetría cultura/naturaleza
La idea que evocamos en la introducción según la cual la crisis del Antropoceno es sintomática del pensamiento moderno fue ampliamente tratada en el ensayo que escribió Latour en el año 1991, Nous n’avons jamais été modernes. En este escrito, el sociólogo define la modernidad como una separación sistemática entre cultura y naturaleza, advirtiendo sin embargo que dicha separación nunca ha sido efectiva, ya que estos conceptos designan una misma realidad. En este sentido, lógicamente, “nunca hemos sido modernos”. Esto se puede observar en los mecanismos de la ya mencionada crisis medioambiental: las actividades del ser humano provocan cambios en la ecología; y dichos cambios causan transformaciones de las culturas humanas. De esta simple conexión emerge la solidaridad y el grado de interdependencia existente entre cultura y naturaleza.
La ideología moderna tuvo consecuencias que no pudieron ser previstas en el contexto que la vio nacer. La polarización teórica cultura/naturaleza a la que nos referimos provocó una asimetría que se enraíza en el predominio de los aspectos culturales y sociales del mundo occidental sobre la naturaleza. Efectivamente, como lo apunta Latour, la ideología moderna tiende a ser hegemónica y homogeneizadora. De acuerdo con este modo de pensar, no es sorprendente que la modernidad se haya desarrollado de manera que la cultura impere sobre todo lo que la rodea. En la novela que nos interesa, el mundo moderno está presentado precisamente como una ideología dominante que aplasta a otros colectivos y por extensión, la naturaleza. En este apartado, nos centraremos en el análisis de la representación de la superioridad teórica de la cultura en la novela que nos interesa.
En ¿En quién piensas cuando haces el amor?, se pueden efectivamente apreciar pasajes que testifican de la ya descrita asimetría inherente al modelo de desarrollo moderno. Por ejemplo, las acciones de la novela se desarrollan en una ciudad marcada por la casi total ausencia de la naturaleza. Aridjis representa un mundo distópico en el que predominan descripciones de un espacio profundamente contaminado, sucio y sobrepoblado. En Ciudad Moctezuma, el modelo de desarrollo rima con destrucción ecológica, pues, la megalópolis está pintada como una manifestación del predominio de la modernidad sobre elementos del mundo natural:
No hay mucha diferencia entre las dos ciudades [Ciudad Moctezuma y Ciudad Netzahualcóyotl], sus competitivos alcaldes se dedican igualmente, afanosamente a tumbar árboles, aplanar montículos, rellenar barrancas, entubar ríos […]. (42)
Aquí vemos que el mundo distópico aridjiano está gobernado por unos individuos que se encuentran lejos del ideal de una sociedad colaborativa y solidaria, siendo ellos regidos por una lógica de competencia estrechamente relacionada al modelo de desarrollo al cual pertenecen. En la novela que nos interesa, la degradación del mundo social parece reflejarse en la relación que tienen los personajes con los elementos de su entorno. En efecto, algunos de ellos remodelan el espacio en función de sus caprichos, deseos e intereses, además de tener un control total sobre la naturaleza.
La asimetría Cultura/Naturaleza se puede observar también cuando la narradora describe partes de la caótica ciudad en la que se encuentra:
En el centro de la plaza surgió un árbol de metal. En sus ramas tubulares estaban cantando pájaros autómatas, que abrían y cerraban el pico y las alas a cada trino. Flores artificiales, iluminadas por dentro, fosforecían […]. (48)
El fragmento pone de relieve el hecho de que algunos de los constituyentes del mundo natural –los árboles, los pájaros o las flores– están fabricados mediante técnicas humanas. Deja por tanto claro que la huella del hombre moderno está en todas partes, pues, fabrica completamente su entorno en vez de simplemente habitarlo con intervenciones mínimas. Entonces, tenemos la prueba aquí de que no solamente la cultura moderna se impone como dominadora de la naturaleza, sino que también se apropia de ella y la remodela de modo artificioso.
A esto sumamos que el clima desolador engendrado por la modernidad está sistemáticamente ocultado por los representantes del poder político, los cuales parecen destruir el medioambiente de forma deliberada. En algunos fragmentos, podemos observar que los personajes que simbolizan el neoliberalismo (y son, por tanto, los defensores de la modernidad) integran a su discurso elementos que aluden a la naturaleza como artificio para justificar el desarrollismo. En términos del alcalde de Ciudad Moctezuma aridjiana: “Nuestra ciudad es fértil, no cabe duda. Hemos sembrado progreso en los campos, no cabe duda. El progreso tiene cien metros de alto, no cabe duda […]” (28). Estas líneas ilustran perfectamente la asimetría a la que nos referimos más arriba, ya que exhiben el uso de términos pertenecientes al campo léxico de la agricultura con el fin de celebrar la civilización moderna. Lo que es “fértil” no son los productos agrícolas, sino el progreso y la expansión urbana. Lo que se siembra “en el campo” es el mismo progreso, el cual está encarnado por los edificios que tienen “cien metros de alto”. En boca de la narradora, las afirmaciones de Agustín Ek (el alcalde) suenan irónicas, dadas las descripciones anteriores que hace de una ciudad en decadencia. Así mismo, las afirmaciones del alcalde son reveladoras del carácter abarcador de la modernidad que evocamos anteriormente. Pues, la repetición de la locución – o letanía – “no cabe duda” refleja de manera clara que, desde el punto de vista del alcalde, el modelo de progreso correspondiente a la modernidad es el único posible.
Valdría la pena añadir que el tratamiento del tiempo y del espacio en la obra de Aridjis hace eco de la ya descrita asimetría. La modernidad no solamente tuvo efectos directos sobre el entorno natural, aspecto que estudiaremos a detalle en lo que sigue, sino inclusive sobre los grupos indígenas que se desarrollan en las periferias de la cultura hegemónica. Estos últimos fueron aplastados por la modernidad, la cual quiso integrar a los indígenas al proyecto modernizador de la Nación mexicana, haciendo hincapié en el pensamiento de Vasconcelos. En su ensayo Formes du temps et chronotropes dans le roman,Mijaíl Bajtín desarrolló el concepto de cronotopo, que define como “la corrélation essentielle des rapports spatio-temporels, telle qu’elle a été assimilée par la littérature” (238). Bajtín muestra que, en la literatura, el tiempo (cronos) y el espacio (topos) son conceptos indisolubles, solidarios y complementarios: “[e]n art et en littérature toutes les définitions spatio-temporelles sont inséparables les unes des autres […]” (384).
En la novelística aridjiana, el tratamiento de los conceptos complementarios de tiempo y de espacio revelan hasta cierto punto un elemento fundamental en cuanto a la estrecha pero disimétrica relación entre lo moderno y lo indígena –o no-moderno–. Según nuestra lectura de la ficción, el asunto cronotópico es efectivamente revelador del peso mayor que tiene la modernidad en comparación con la cultura autóctona. Las temporalidades moderna y no-moderna están representadas de manera que se contrapongan de modo casi sistemático a lo largo de la novela. Por una parte, se pueden apreciar alusiones a la cosmovisión indígena mediante, entre otras cosas, las referencias directas que se hacen al mito azteca del Quinto Sol, y por otra, innumerables referencias al mundo moderno encarnadas por las tecnologías, el progreso o la expansión urbana, para nombrar algunos de los casos más representativos de la ficción. Sin embargo, lo que más nos llama la atención es el hecho de que, en la novela, existe un solo espacio que es el de Ciudad Moctezuma, o sea el emblema de la modernidad. El hecho de que estén representadas las dos temporalidades que mencionamos, pero que estas se yuxtapongan en un solo espacio que es el de la ciudad moderna –la cual inclusive lleva nombre del emperador azteca que estaba gobernando cuando llegaron los conquistadores españoles– es también para nosotros una muestra de la disimetría importante que hay en la novela. Pues, el mundo moderno parece haberse adueñado del espacio en el cual las distintas culturas que viven en las periferias de la modernidad, notablemente indígenas, no encuentran espacio para desarrollarse. Sin embargo, veremos más adelante que los aspectos relativos a la cultura azteca participarán eventualmente en la formación de un mundo más equilibrado, haciendo hincapié en la voluntad clara del autor de rescatar elementos de la memoria histórica del país para frenar la asimetría inherente al mundo moderno.
En suma, en la novela ¿En quién piensas? Aridjis ofrece una perspectiva sobre el modelo de desarrollo moderno que está caracterizada por una disimetría inherente a la índole abarcadora y centralizadora de la modernidad. Hay efectivamente huellas claras del predominio de los aspectos sociales y culturales sobre la naturaleza. Dicho esto, la relación del hombre moderno con su hábitat tiene sus límites, dado que tiene impactos extremadamente nefastos sobre el equilibrio de la biosfera, como lo veremos en lo que sigue.
3. Sobre los impactos de la asimetría Cultura/Naturaleza
En ¿En quién piensas cuando haces el amor?, podemos ver claramente que las actividades humanas (cultura) impactan directamente el equilibrio de la biosfera (naturaleza). Estas consecuencias son inherentes a la polarización moderna de la sociedad y de la naturaleza.
Si es cierto que « [t]oute la culture et toute la nature [se] trouvent rebrassées chaque jour » (Latour 9), es decir que en el fondo no hay separación entre cultura y naturaleza, entonces no es sorprendente ver que la disimetría propia del mundo moderno provoca una crisis global. La situación medioambiental está presentada por Aridjis como el resultado de las acciones de los modernos y representantes simbólicos del poder político neoliberal en la obra. Nos encontramos en un universo estéril y monótono dominado por la selva urbana en la que, como vimos más arriba, la élite domina la naturaleza y se la reapropia.
Una de las expresiones de las consecuencias desastrosas que tiene la modernidad sobre el equilibrio del mundo se puede apreciar en la representación del espacio en la novela. Por ejemplo, se pueden percibir indicios de que la urbanización extrema impacta la calidad del aire. Ciudad Moctezuma es “una masa intrincada de concreto, fierro y vidrio, y otros materiales que carcome la contaminación y deshace el tiempo” (111), según la primera voz del libro. La urbe no parece ser más que un conjunto de edificios envueltos en el esmog que, paralelamente, “deshace el tiempo”, es decir que se desarrolla de forma incoherente con las profundidades históricas del país. Vemos, pues, que las construcciones modernas reemplazan los elementos enraizados en el territorio mexicano relacionados con la cultura local, lo cual recuerda la crítica del autor acerca del desarrollismo y su carácter “desterritorializado”.
A esto sumamos que dicha contaminación tiene el efecto de borrar los elementos del entorno natural: “Allá, del otro lado del neblumo, estaban los volcanes invisibles del valle, el Popocatépetl y el Iztac Cíhuatl (…)” (185). De nuevo, la narradora alude a elementos del pasado histórico del país que se originan en el territorio. En efecto, los volcanes evocan a personajes de una leyenda mexicana basada en la historia de un amor imposible entre un guerrero –Popocatépetl– y de una princesa –Iztac Cíhuatl– que se metamorfosearon en volcanes después de su muerte. Como lo hemos señalado en el apartado anterior, la asimetría inherente al mundo moderno no solo tiene que ver con el impacto devastador que tiene sobre la naturaleza, sino también sobre las culturas indígenas, las cuales se encuentran aplastadas por la modernidad. Intuimos, de hecho, que este desequilibrio impacta el surgimiento de la crisis ecológica representada en la novela. Pues, las representaciones de los autóctonos mesoamericanos en el relato –especialmente los aztecas– parecen indicar que estos son más cercanos a la naturaleza, además de tener un modo de pensar que es más coherente con la problemática medioambiental. Por ejemplo, el mito del Quinto Sol, que estudiaremos más adelante, es una leyenda azteca que está basada en la perspectiva indígena según la cual el equilibrio del cosmos y del mundo es inseparable de las prácticas o los rituales producidos por la cultura. En este sentido, cultura y naturaleza se complementan en el imaginario de los colectivos que se identifican a este modo de pensar el mundo. Por tanto, el hecho de que el pensamiento homogeneizador asociado al mundo occidental haga desaparecer las ya mencionadas culturas indígenas puede ser visto como un factor determinante en el desarrollo de la crisis climática, considerando todo lo que hemos visto hasta ahora en relación con la asimetría Cultura/Naturaleza.
Análogamente, en otro fragmento, la narradora describe su entorno con imágenes evocadoras: “Bajo un busto gigantesco de Benito Juárez, en forma de arco, en ese momento pasaban ríos de vehículos tonantes y humeantes (…)” (185). Lo que llama nuestra atención en este pasaje es la correspondencia metafórica que la narradora establece entre un elemento de la naturaleza (un río) con un elemento propio del mundo moderno (los vehículos). El fragmento subraya el carácter híbrido del lenguaje literario aridjiano, en el sentido de que lo social y lo natural se cruzan constantemente. Es decir que los elementos de la naturaleza se convierten en elementos de la cultura. La analogía lexical evoca no solamente las evidentes interconexiones entre cultura y naturaleza, sino inclusive la absorción de la segunda por la primera. Volviendo a la cita, cabría señalar también la alusión a otro aspecto del pasado histórico que en este caso remite al México decimonónico. La imagen de Benito Juárez, que es el primer presidente de la Nación de origen indígena, está atravesada por otros elementos emblemáticos del mundo moderno, lo cual para nosotros no es casual. De nuevo, la modernidad parece ser impuesta y entremeterse en cada uno de los aspectos más básicos de la memoria histórica mexicana.
Siguiendo con nuestra exposición de los efectos que tiene el dominio de la cultura sobre la naturaleza, nos interesa destacar la cita siguiente:
El día era hermoso, no por límpido, sino por las posibilidades estéticas de la contaminación. El día era aromático, no por los perfumes del campo, sino por las combinaciones aéreas de sustancias innombrables. En ese mar elevado de partículas metálicas y gases, los edificios adquirían tonalidades insospechadas y cambiaban de apariencia según la hora del día y el día del año. (28)
Los paralelismos, contraposiciones y la ironía expresados en el fragmento son una muestra de la devastación ecológica causada por el desarrollo urbano. Los elementos de la naturaleza como los “perfumes del campo” o el “mar” están sustituidos por la polución del aire que llega inclusive a diluirse en la apariencia de los propios edificios. Otra vez más, la contaminación se vuelve casi un elemento de la naturaleza, pues, está presentada como una cosa anodina y cotidiana. Nuestra atención se detiene igualmente en “las posibilidades estéticas de la contaminación”, fragmento que pone de relieve la gravedad de la situación atmosférica y la transformación total del paisaje. Otro pasaje que nos enseña, pues, las trazas evidentes y verosímilmente irremediables que dejan el mundo moderno en nuestro entorno.
En otras ocasiones, Aridjis denuncia los efectos que tiene la modernidad sobre la ecología mediante su representación de la biodiversidad en relación con el mundo moderno. Efectivamente, el autor mexicano alude en numerosas ocasiones a la desaparición de especies animales a causa de la expansión urbana. En los términos de la narradora: “[…] en este dédalo singular, la vida vegetal y animal […] habían sido casi exiliadas […]” (111). El fragmento pone de relieve la idea que la vida urbana sustituye a la vida natural, lo cual se puede ver al concluirse la cita: “[…] había en cambio abundancia de edificios de gobierno, conjuntos comerciales y ejes viales, semejantes a otros edificios (…)” (111). A esto sumamos que, en la novela, las huellas literarias del modelo de desarrollo capitalista se yuxtaponen en ciertas ocasiones de modo directo con la desaparición momentánea de algunos animales:
Desde luego, los rascacielos construidos por el alcalde fueron pura fachada, hechos con fantasía y aberración, y desde el quincuagésimo piso de cartón un atardecer de febrero cayó al suelo una parvada de unos veinte Bombycilla cedrorum, Ampelis americano, los cuales se contaban entre los últimos pájaros que visitaban el valle de México. (199)
La cita deja ver no solo el ambiente de desolación que genera la modernidad, que la narradora califica de “aberración”, sino también el choque determinante representado entre los dos polos modernos: el progreso capitalista contribuye de manera clara a la desaparición de especies animales, y por tanto a la esterilización y la monotonía de la ciudad. Los pájaros, productos de una evolución de millones de años (pero nombrados según su taxonomía latina, por influencia quizá de un pensamiento positivista), están reemplazados por edificios “de cartón” baratos que simbolizan el carácter efímero de la ideología desarrollista. En algunas ocasiones, se hacen inclusive referencias explícitas a la apropiación de la naturaleza por parte de la sociedad capitalista, notablemente cuando la narradora se pone a “observar las rengleras de árboles artificiales, color ceniza […] plantados por Agustín Ek [el alcalde de Ciudad Moctezuma] en las banquetas” (116). Hemos aquí una cita que muestra, de nuevo, el gran desequilibrio existente entre cultura y naturaleza y que evoca, por extensión, la idea que poder político y pérdida de biodiversidad van de la mano.
En suma, lo que Aridjis recalca tácitamente en su novela es la complementariedad de la naturaleza y la cultura. Las acciones de la élite y, por extensión, de las culturas humanas sobre la naturaleza dejaron huellas irremediables que dieron paso a una atmósfera de crisis continua presente en la novela. No obstante, veremos en el siguiente y último apartado que el escritor muestra, a través del tratamiento peculiar que hace del fin del mundo, que la naturaleza puede llegar a tener un peso determinante en cuanto al desenlace de la historia del mundo.
4. Sobre el carnavalesco “empoderamiento” de la naturaleza
Vimos anteriormente que, en la obra analizada, la sociedad intenta dominar la naturaleza; y que esto tiene un efecto catastrófico sobre el equilibrio del mundo. Todo ello muestra el carácter intrínsecamente solidario de la cultura y de la naturaleza. Sin embargo, resulta llamativo ver que, a pesar de todo, el tratamiento del fin del mundo por Aridjis va más allá de todo lo que hemos descrito hasta ahora: hay indicios de una inversión paradigmática importante en su novela que hace de ¿En quién piensas cuando haces el amor? una obra carnavalesca.
Lo carnavalesco es un concepto desarrollado por Bajtín en su obra L’œuvre de François Rabelais et la culture populaire au Moyen-Âge et sous la Renaissance y que se adecua al análisis de obras literarias. Alude a la inversión de la jerarquía y del sistema de valores que encuentra en el carnaval una de sus principales manifestaciones en la cultura popular. Desde el punto de vista del intelectual ruso, la literatura misma tiene un valor particularmente carnavalesco.
Al respecto, quedó evidenciada la crítica que hace Aridjis a la modernidad en ¿En quién piensas cuando haces el amor?, pues, la sociedad hegemónica se encuentra completamente desacreditada y burlada, presentada como la que causa la atmósfera de crisis continua. En lo que sigue, veremos que varios elementos del texto estudiado ponen de relieve el aspecto carnavalesco de la novelística aridjiana, entre otros la substitución de la mitología occidental con la mitología azteca y la inversión de los polos modernos de cultura y naturaleza.
En su obra Par-delà nature et culture, Descola desarrolló cuatro ontologías (animismo, naturalismo, totemismo y analogismo) que corresponden a las cosmovisiones de determinados grupos humanos presentes en todas partes del globo. El naturalismo, que, generalizando, gran parte de los occidentales adoptaron como manera de identificarse al mundo, está basado, a grandes trazos, en la idea de que los humanos y los no-humanos poseen características físicas similares –ya que todos los seres están compuestos por una serie de componentes químicos de la misma naturaleza–, pero interioridades diferentes, es decir que no tienen la misma sensibilidad.
Otra de las ontologías desarrolladas por el filósofo y antropólogo es el analogismo. Descola la utiliza para describir a colectividades indígenas de México, entre otras. En el pensamiento analogista, se presupone, sintetizando, que existen diferencias fundamentales –tanto en cuanto a la interioridad (sensibilidad, rasgos psicológicos, temperamento, etc.) como a la fisicalidad (características físicas, materialidad)– entre los seres que constituyen el mundo. Estos seres (humanos y no-humanos) están aproximados mediante procesos analógicos, o dicho de otra manera correspondencias entre cada uno de los constituyentes del mundo. En este sentido, según Descola, la sociedad debe concebirse como la continuidad del cosmos, y la lógica interna de la segunda se refleja en la primera. El equilibrio del mundo se consigue mediante prácticas y rituales que mantienen el orden del cosmos. El carácter cíclico del mundo, el nahualismo y el sacrificio, entre otros, son sintomáticos del analogismo y la forma en que fue asimilada por el pensamiento azteca.
Lo que nos interesa recalcar de estas ideas es el hecho de que la manera en que los colectivos se identifican al entorno condiciona el modo en que interactúan con él. El naturalismo tuvo la consecuencia de transformar el medio ambiente en un objeto sobre el cual uno podía actuar de forma deliberada, como lo vimos en el primer apartado de este trabajo. En cambio, el analogismo supone una relación mucho más cercana al cosmos y por extensión a la naturaleza, a base de la idea que los humanos podían tener un peso en el equilibrio del mundo mediante prácticas y rituales determinados. Resumiendo, en el pensamiento analogista, existen interconexiones analógicas entre los humanos y los no-humanos, pese a sus diferencias físicas e internas fundamentales; mientras que, en el naturalismo, lo humano y lo no-humano se conciben como intrínsecamente distintos, lo cual condiciona su relación con la naturaleza. Y es precisamente lo que queremos recalcar aquí: Aridjis intenta, mediante su novela, rescatar el pensamiento mesoamericano en detrimento del occidental, subrayando el peso que tienen respectivamente sobre el equilibrio del mundo.
Volviendo al tema de lo carnavalesco, en lo que concierne a la inversión de mitologías en la novela, es preciso mencionar que Aridjis basa su imaginario escatológico en la leyenda azteca del Quinto Sol, según la cual el mundo sería cíclico y habría pasado por distintos periodos caracterizados por el surgimiento de determinados soles y su extinción. El ya mencionado “Quinto Sol” corresponde al mundo actual – el que se encuentra representado en la obra. El autor mexicano reproduce entonces en su ficción un apocalipsis que concuerda con la extinción del Quinto Sol –mediante terremotos, como lo concibe el mito– y deja entrever el surgimiento del Sexto Sol, asegurando por tanto la continuidad histórica y mitológica de los aztecas:
Lo más curioso de todo es que en ese momento de destrucción masiva, de confusión general, de estremecimientos y estruendos, animados por las luces confundidas, todos los pájaros se pusieron a cantar, creyendo que era el alba. (273)
Lo que hay que despejar de las últimas líneas del libro que nos interesa es que la escatología aridjiana trasciende la denuncia de la crisis ecológica o del dominio de la naturaleza por el hombre: sugiere que nos sumerjamos en un universo que tiene como base un mito azteca. El apocalipsis ya no es obra de Dios, como lo concibe el dogma judeocristiano –y por extensión occidental–, sino obra de las profecías aztecas. La modernidad deja entonces de ser vista como el único modelo de desarrollo posible y se empiezan a observar alternativas en los modos de ver el mundo.
A continuación, la subversión mitológica en la novela queda evidenciada cuando la protagonista dice, mientras está sucediendo el terremoto final:
Las plantas habían sido prensadas por los derribos, las flores yacían decapitadas sobre la tierra. Yo, la más alta, envuelta en una nube de polvo, comencé a comer una manzana. Sólo tenía miedo de que el tiempo se me fuera a acabar sin habérmela comido. (270)
La referencia al Génesis cristiano queda plasmada en el hecho de que la protagonista de la novela, Yo, un personaje femenino, se come una manzana en el momento en que el mundo acaba. Aridjis logra por tanto trocar en el mismo pasaje, primero, el Génesis con el Apocalipsis; segundo, el hombre (Adán) con la mujer (Yo); y finalmente, la mitología azteca con la mitología cristiana. La representación de las distintas cosmovisiones y el trueque que realzamos nos parece esencial en la obra de Aridjis, quien intenta, como lo señalamos en la introducción, ofrecer alternativas al mundo moderno a través de la distopía, haciendo hincapié en la cuestión ecológica. El autor que nos interesa utiliza la literatura para valorar no solamente que la modernidad tuvo efectos desastrosos a nivel ecológico, sino que existen otras visiones del mundo enraizadas en las profundidades históricas de México, las cuales son más cercanas, como vimos, a la naturaleza.
Pasando al tema de la inversión de los polos modernos de naturaleza y cultura, cabe señalar que la recuperación del mito del fin del mundo azteca por Aridjis hace énfasis en el carácter predominante de la naturaleza sobre las actividades humanas. La naturaleza se convierte, tomando un término de Latour, en una “actora-red” de mayor envergadura. Es decir que se invierte la concepción moderna de predominio de la cultura sobre la naturaleza que, como lo hemos señalado, se origina en las actividades irresponsables e inconsecuentes de los humanos en el planeta y en el correlativo ambiente distópico representado.
El desenlace escatológico del relato hace efectivamente ver que el entorno natural en el que evolucionan los seres humanos retoma el espacio que había perdido a través de la urbanización extrema. A la reaparición de los ya mencionados “pájaros [que] se pusieron a cantar, creyendo que era el alba” (273), que muestra el empoderamiento de los vivientes sobre el entorno urbano, podríamos sumar la actividad sísmica representada en el libro, causa del fin del Quinto Sol, que aparece continuamente en la novela. En varias ocasiones, está presentada como una fuerza subterránea y sutil que no se puede percibir, pero que está presente de modo latente y persistente, como lo muestra el fragmento siguiente, en el que acaece un temblor mientras algunos de los personajes actúan en una función:
[…] al comienzo del acto onceno […] cuando ésta va por la calle hablando sola, hubo un temblor. De pocos grados en la escala de Richter, pero al fin un temblor. […] No obstante que había frecuentes movimientos telúricos en Ciudad Moctezuma, el público perdió concentración, estuvo inquieto y en adelante apartó frecuentemente la vista de la obra para observar los candelabros, buscando detectar señales de réplicas del sismo. (67-68)
Esta cita pone de relieve el hecho de que la naturaleza impacta las acciones de los seres humanos: cultura y naturaleza se encuentran dialogando. La coincidencia del temblor con la escenificación de la pieza llega efectivamente a hacer del sismo un “actor-red”, o mejor dicho un personaje de la obra de teatro.
En algunos momentos, los personajes aluden también al carácter artificioso y barato de las construcciones modernas – lo hemos visto anteriormente con los edificios de cartón. El sismo previsto por los aztecas en el Códice de los Soles, emblema de las fuerzas subterráneas de la naturaleza, es susceptible de afectar profundamente el desarrollo de la cultura neoliberal en México, como queda señalado por uno de los personajes secundarios, quien está convencido de que “[e]l terremoto derrumbará las construcciones del alcalde Agustín Ek, y al alcalde mismo […]” (45). Esto es, sencillamente, las construcciones de baja calidad que se hicieron sin considerar los elementos imprevisibles de la naturaleza (así como sus irresponsables constructores) son susceptibles de ser sustituidas por ella.
La leyenda del Quinto Sol, que desde nuestro punto de vista es la representación metafórica de los pueblos originarios mexicanos presentes en el territorio, crece en importancia, pero de forma tácita y gradual, como hemos visto, hasta retomar el espacio que había perdido a través del desarrollo urbano extremo que detallamos en el primer apartado del trabajo. Por tanto, naturaleza e indígenas están estrechamente vinculados a nivel simbólico en la obra de Aridjis. El cronotopo del mundo moderno – que, como lo recalcamos anteriormente domina el espacio en el cual están presentes las dos temporalidades moderna y no-moderna – está eventualmente trocado por el espacio natural que encuentra en el autóctono uno de sus principales representantes en el marco de la novela.
Así, vemos que hay una voluntad por parte de Aridjis de romper con la asimetría moderna basada en el predominio de la cultura sobre la naturaleza. La presentación del fin del mundo como acabamiento del mito azteca del Quinto Sol visibiliza una visión del mundo que no establece fronteras entre cultura y naturaleza, por lo cual consideramos que la novela de Aridjis es anti hegemónica y carnavalesca. El componente escatológico de ¿En quién piensas…? convierte la naturaleza en una fuerza que llega a ejercer un peso determinante en el desenlace de la historia.
5. Conclusión
En suma, hemos visto cómo la asimetría inherente al pensamiento moderno, ampliamente descrito por Latour, se ve claramente reflejado en la novela distópica ¿En quién piensas cuando haces el amor? de Aridjis. La separación entre la cultura y la naturaleza, característica del mundo moderno, condiciona de manera sistemática la relación que tiene el hombre occidental con el entorno natural. Igualmente, el predominio de la primera sobre la segunda provocó un desastre ecológico, lo cual es una muestra básica de los lazos de interdependencia que existen entre el hombre y su hábitat. También, señalamos que el tratamiento que hace Aridjis del fin del mundo nos hace ver un cambio paradigmático de suma importancia: la naturaleza se vuelve “dueña y poseedora” del mundo. Para nosotros, la subversión en ¿En quién piensas…? denota una dimensión crítica y por tanto carnavalesca.
En cualquiera de los casos, la obra de Aridjis nos convidó a reflexionar sobre la relación que tenemos en tanto que occidentales con nuestro entorno. Entendemos la voluntad y las razones que tienen los modernos de crear una cultura universal, pero pensamos que, al constituirse, se tienden a olvidar y desterritorializar los graves, irremediables y desastrosos impactos que tiene sobre el equilibrio del mundo. A esto sumamos la desconsideración de culturas que a lo largo de los siglos se desarrollaron en las periferias del sistema y su progresiva asimilación al pensamiento hegemónico. El hecho de que la crisis del Antropoceno haya sido provocada por el modelo de desarrollo moderno constituye, desde nuestro punto de vista, el mejor motivo para buscar alternativas al sistema de organización social y global en el que estamos. La crisis ecológica a la que nos enfrentamos en la actualidad hace necesaria una redefinición de nuestra relación a la naturaleza de la cual, claramente, somos parte. Por eso la propuesta de Aridjis de volver a enraizar las problemáticas relacionadas con la modernidad en las localidades nos parece llamativa. Se vuelve en efecto esencial para promover modos de pensar el mundo coherentes con la envergadura de la crisis del Antropoceno. Esta hace cada vez más imprescindible la simetrización de las relaciones entre humanos y no-humanos basada en la fusión de los conceptos (o el concepto) de Cultura/Naturaleza.
Referencias
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